Aun no había amanecido del todo en aquella agreste parte del Imperio cuando el legado salió de su tienda. Dentro de la tienda quedaba dormida sobre el lecho del legado una joven muchacha cuyos cabellos negros azabache se esparcían por la almohada ocultándola el rostro. El legado la miro un último instante con ojos de deseo. Después se aleja. El legado llevaba puesta la armadura completa salvo el casco, ya que en el campamento aquella necesaria defensa en una lucha ahí era un estorbo. Antes de dar su habitual paseo rutinario por el campamento de la legión el legado mira hacía el plomizo cielo. Ve una pareja de buitres en la lejanía trazando círculos descendentes. Quito su mirada de aquella macabra pareja de aves. Aun recordaba la última escaramuza que había tenido hacía dos días. Aquella escaramuza había sido la tercera desde que hacía 3 meses le habían dado su primer mando absoluto sobre una legión Aun sus hombres le miraban con recelo. Le veían como uno más de esos repelentes patricios mimados que sin esfuerzo pasaban por todos los puestos de gran importancia de las legiones por el mero hecho de cual había sido su cuna. Sí, era un patricio. Un privilegiado. Pero el no consideraba que pertenecer a esa clase social solo tuviese privilegios. Había responsabilidades. Y también el honor y la carga de unos nombres. Los nombres de los hombres de su familia que desde siglos y siglos habían protagonizado hazañas y ocupado grandes puestos. En sus manos estaba mantener y si los dioses se lo permitían acrecentar el honor de su familia. Así se lo había inculcado el que el consideraba el mejor de los romanos: su padre. Pero no se engañaba. Sabía que otros patricios solo veían los derechos de su condición y que no se paraban ante nadie en su camino por el poder. Pero había limites, claro que los había.
Intento quitarse esos pensamientos de la cabeza como el que se quita de un manotazo una mosca que le esta acosando en un día de verano. El resto del campamento iba despertando y acudiendo a donde estaban repartiendo los cocineros de la legión el desayuno. De pronto apareció en medio del campamento un enorme caballo negro de largas crines. El lagado dedujo que debía de ser un caballo de tiro, de esos que se solía destinar por su gran fuerza y robustez a tirar de las pesadas carretas de suministros del ejercito romano. Pero le desconcertó que montado en el animal iba un jinete romano. Por la indumentaria ligera que llevaba el soldado se debía tratar de un explorador. Pero, ¿qué hacía un explorador montando un animal destinado para transporte?
El sudoroso jinete llego a donde se encontraba el legado y sin que el lago pudiera preguntarle nada el explorador descabalgo de un salto y se llevo precipitadamente el puño en el pecho. El caballo se echo hacía atrás torpemente cayendo hacía atras con las patas plegadas.
-¿Qué sucede?- pregunto el legado vislumbrando ya en el horizonte nubarrones, unos nubarrones en forma de problemas.
-Se presenta Cayo Valerio, explorador de la Legión I, a cargo del Legado Severo Maximo, señor.- El hombre se detuvo unos segundos para tomar aire y antes de que el legado pudiera preguntarle soltó una avalancha de palabras.- El Legado Severo Máximo se encuentra en grave aprieto en el campamento designado a la I Legión, señor.
-¿Barbaros?
-No solo barbaros sino que parte de los auxiliares galos se han revelado en armas contra la legión y se han unido a los barbaros en su intento por tomar el campamento, señor.
El Legado miro largamente al explorador sin parpadear. Era grave, gravísimo. La I Legión solo estaba a un día de marchas forzadas de distancia de donde estaban ellos. Ellos eran los únicos refuerzos posibles para la desesperada Legión. El explorador bajo la mirada ante el escrutinio del legado, incomodo por los ojos interrogativos del legado.
No había otra alternativa, debía de auxiliar a la I Legión. Era su deber.
Y sin más preguntas el legado empezó a dar órdenes para que la Legión se pusiese en marcha.
Había que ayudar a la I Legión.
CONTINUARA................